viernes, 8 de enero de 2016

Hola, viernes 8 de Enero de 2016, en Argentina son las 22:24 hs, en mi cabeza no importa ni el día ni la hora, sin embargo lo menciono ¿Porque, lo menciono? ¿Para qué lo menciono?. No sé, simplemente no quiero saberlo ¿Es acaso necesario tener una explicación o una justificación para cada cosa que hacemos en la vida? Creo que no, es por eso que elegí "La Decisión" . Hoy, cuando lei el mensaje de Nan Martinez diciendo que entraba al blog para ver si había algo nuevo. sentí la necesidad de responder, de abrir nuevamente esta gorra y dejar que las palabras fluyan solas. Al principio dudé ¿ Que cuento publico? ¿Publico un cuento pasional, un cuento de amor, un microrelato? ¿Que cuento? Tome la decisión de publicar "La Decisión" y este juego de palabras que para muchos intelectuales esta mal visto, a mi, simplemente me permitió tomarme la licencia de un nuevo desafío personal. Comencé a leer "La Decisión" a los diez renglones ya quería cambiar todo, borrar, corregir, tachar y volver a corregir, pero después me dí cuenta que si hacia eso , no estaba siendo sincero con ustedes y conmigo mismo ¿Porque corregir? ¿Para qué corregir? . Si el original era así, espontaneo, genuino, sincero. ¿Acaso no cometemos errores? Todos cometemos errores y es bueno reconocerlos y corregirlos, pero eso en la vida real y no en un cuento, donde los errores son parte de la esencia misma del cuento. Si alguien quiere corregir, simplemente que lo haga, no será mejor ni peor. porque lo que realmente me interesa es que aquellos que quieran arrojar una moneda a esta gorra virtual lo hagan sin preguntarse ¿Para qué? o ¿Porque?

LA DECISIÓN

Me desperté  al escuchar que alguien intentaba pasar un sobre por debajo de la puerta de entrada. No  tenía idea de la hora, el brillo del  sol se filtraba por las grietas de la  puerta de madera, supuse que sería  cerca del mediodía.  Seguro que es otra publicidad inútil que solo agrega basura.
Lo único que espero es que no sean más facturas, no sé cómo vamos a hacer para pagar todo lo que estamos debiendo…… aún no llegamos a juntar la plata del alquiler y ya pedí un anticipo en la peluquería
Había dormido en el sofá  y desde allí trataba de adivinar   el contenido de aquel extraño  sobre--------- ¿Qué será?
Traté de esforzarme para mirar, pero tenía la vista nublada.
Me levanté con  esfuerzo, al levantar la cabeza parecía que me estaban trepanando el cerebro, sin hacer ruido me acerque hasta la puerta.
Me detuve frente al  viejo espejo colocado al lado de la puerta el cual  estaba rajado  y con algunas manchas oscuras pero igual me servía para mirarme cada vez que tenía que salir a la calle y hacerme los últimos retoques.
Ver mi cara reflejada en el cristal me hizo tomar conciencia de la pelea de la noche anterior.
Mi cara estaba desastrosa,  el ojo izquierdo casi cerrado por completo mostraba un color azul rojizo propio de la inflamación, los cabellos totalmente desparramados y sueltos caían sobre mi avergonzado rostro, tenía el labio inferior hinchado y  un pequeño corte  había sangrado por la noche.
Mis pómulos y mis mejillas estaban surcados por  profundos canales oscuros nacidos en la mezcla amarga  y triste de lágrimas y rímel.
Con esfuerzo y dolor me agache a recoger el sobre e intenté leer el remitente, casi no pude hacerlo.
Por un momento sentí curiosidad, pero al leer a quien estaba dirigido la curiosidad se transformó en incertidumbre y desconcierto, en una acto casi impensado guarde  el sobre entre mis ropas, giré mi dolorido cuerpo con cuidado al mismo tiempo que miré hacia la cama.
 Por suerte él no había escuchado nada, estaba desplomado, con los pies colgando al costado del colchón, seguramente hundido en sus sueños de alcohol y drogas.
Camine  por el frío piso de baldosas pintadas a mano, tratando de no hacer ruido para no despertarlo, no quería que viera el sobre y mucho menos darle motivo para una nueva discusión que reviva  el tormento de los golpes y el mal trato sin razón, mi cara desfigurada me pedía a gritos que hiciera algo por mi vida.
Desde que tomamos la decisión  de vivir juntos  no han cesado parado las agresiones y los golpes, al principio el alcohol y los excesos eran parte del condimento de nuestra  fantasía de amor, pero  con el tiempo esa fantasía se transformó en una realidad absurda y en un  triste calvario.
Fui al baño tratando de no hacer el más mínimo ruido, por fortuna aún tenía puesta mis medias y eso me permitió caminar silenciosamente.
Recordé que las bisagras de la puerta del baño estaban resecas y que siempre rechinaban, tomé el picaporte y abrí  con mucho cuidado para no despertarlo.
El baño de la casona antigua era amplio y húmedo, las telas de araña rematadas contra las molduras del techo daban un aspecto de abandono al lugar, cerré la puerta tras de mí, y me quedé en silencio esperando que no se despertara, el ruido continuo de la gotera de la ducha era lo único que se escuchaba. Busqué una toalla sucia y la puse bajo mis pies, tenía frío y el piso del baño siempre estaba mojado y las paredes negras chorreaban humedad.
Busque el sobre entre mis ropas, desprendí el corpiño y pude retirar el sobre por el escote, leí el nombre del remitente pero no me decía nada,  no conocía a esa persona,
Pensé que se trataba de un error, pero giré  el sobre apresuradamente y  confirmé que estaba dirigido a mí.
Volví a girar el sobre y releí nuevamente el nombre del remitente---------- no era nadie conocido.
Rompí el papel del sobre  con ansiedad y curiosidad.
Me encontré con una hoja con el membrete de una escribanía, estaba manuscrita con  letra prolija volcada a la derecha, tan prolija que parecía salida de un cuaderno de caligrafía.
Comencé a leer con detenimiento, la habían remitido hacía unos veinte días atrás,  una mujer se presentaba como apoderada de mi abuela materna, la intensión de ella era contactarse conmigo debido a que se había producido el fallecimiento de mi abuela.
Ella tenía en su poder las llaves de una propiedad y algunas pertenencias  para ser entregadas en mano, para lo cual debía dirigirme personalmente a mi pueblo natal.
La noticia en principio no me causó ningún tipo de sentimiento, muy por el contrario, pesé que se me seguían sumando los problemas, me incorporé  bruscamente y  estuve a punto de romper  todo y tirarlo por el inodoro, pero al levantarme, vi nuevamente mi rostro reflejado en el espejo, esa imagen me hizo bajar la vista y reflexionar sobre el contenido de esa correspondencia.
En ese instante sentí que mi rostro desfigurado de hoy tenía mucho que ver con el contenido de ese sobre.
Fue tanto el sentimiento de odio y de impotencia que no pude contener mis lágrimas, con el esfuerzo del llanto comenzó a sangrar nuevamente la herida de mi boca,  las gotas de sangre se mezclaban con las lágrimas y rodaban en la pileta percudida del baño  buscando vertiginosas la caída hacía el desagüe.
Me sentí mal,  tuve que sentarme en el inodoro  para no caerme, no podía dejar de llorar, no entendía bien lo que pasaba por mi cabeza  en ese momento, era una mezcla de angustia del pasado que sé hacia presente para pegarme una nueva cachetada sobre las heridas abiertas.
Quizá ver mi cara deformada en el espejo era el último aviso que me daba la vida para que tomara una determinación de como quería seguir viviendo, pero al mismo tiempo sentía que no tenía el coraje de hacerlo.
Arrugué con fuerza el sobre, lo hice un bollo y lo tiré al tacho de basura, lavé mi cara y mis heridas, procuré peinarme y noté que tenía algunas extensiones desprendidas de mi pelo, las junté con algo  de papel higiénico y lo arrojé al tacho cubriendo el sobre y la carta.
Salí del baño y mire hacía la cama, él no se había movido, seguía en la misma posición incómoda en que lo había visto antes de entrar al baño, sentí miedo, tenía temor que se despertara y volviera a pegarme.
Me acerque a la cama con cuidado, quería comprobar que estaba vivo, al ver que respiraba me tranquilicé,  tuve intensión de taparlo con una manta, pero después desistí de hacerlo por temor a despertarlo.
Esa necesidad de cuidar y  proteger al hombre a quien temía por sus golpes me confundía, pero sabía que sobre la cama, totalmente borracho y drogado estaba el hombre con el que había conocido el verdadero amor, verlo en ese estado era otra muestra contundente del deterioro progresivo de mi vida.
Cuando lo conocí era oficial de la policía, me había cautivado su fuerte personalidad, su temperamento, y la forma en que se jugaba la vida por lo que él creía justo, siempre  me protegió y me amo como nunca nadie lo había hecho.
Mientras estuvo en la policía no hubo golpes ni situaciones violentas, pero después que lo excluyeron de las fuerzas las cosas fueron cambiando vertiginosamente, no pudo conseguir ningún trabajo y comenzó a tomar cada vez con mayor frecuencia, al principio lo entendía y trataba de contenerlo, compartía con él  esa forma absurda de escapar de la realidad, nos emborrachábamos  juntos y terminábamos haciendo el amor en cualquier parte, podíamos amanecer en cualquier lado después de una noche de alcohol y sexo y no sentir ningún tipo de vergüenza por haber hecho el amor en  la escalinata del subte o en una plaza o en cualquier rincón oscuro de Buenos Aires.
Nunca había entregado mi cuerpo con tanto placer a un hombre, con él descubrí el vértigo y la enorme diferencia que hay entre el sexo y el amor
Ahora el presente es distinto, ya no siento lo mismo por él, el gran amor que sentía fue cambiando con el correr del tiempo hasta transformarse en miedo, el placer se fue convirtiendo en dolor, la alegría ficticia del alcohol en llanto verdadero, la fantasía  pasajera de las drogas en  perpetua condena al sufrimiento.
El desorden de la pieza era total, el olor a cerveza derramada sobre el piso, se mezclaba con los olores nauseabundos del encierro, el humo del tabaco y la marihuana se confundía con el aroma pegajoso de los sahumerios que  flotaban pesado en el aire hasta quedar pegados en las cortinas.
Abrí con cuidado una de las ventanas para que se ventile el ambiente y corrí la cortina para evitar que entre el sol, fui a juntar las botellas que estaban sobre el pedazo de alfombra que había al costado de la cama, pero una de ellas estaba rota  se había partido al golpear con la culata de la pistola calibre 9 mm que había quedado tirada sobre el piso mojado de cerveza, pensé en juntar todo, pero sabía que tenía terminantemente prohibido tocar el arma, por lo que preferí dejar todo como estaba.
Para no hacer ruido me fui de nuevo al baño, me miré nuevamente al espejo, había ganado tranquilidad por lo que  pude revisar y curar mis heridas, busque los lentes oscuros y me acomode el cabello de manera que tape la parte golpeada de mi cara.
Intenté varios tipos de peinados, pero ninguno me gustaba, me senté en el inodoro sin tener ninguna necesidad de hacer nada.
Miré el tacho donde había arrojado el sobre y no pude resistir la tentación de meter la mano en la basura, tomar el sobre y la carta y releerlos.
Intenté desarrugar las hojas sobre mi pierna desnuda, comencé a leerla nuevamente, pero un montón de recuerdos ya enterrados en el olvido, volvieron a mi mente.
Había aprendido a vivir sin ataduras al pasado,  fui  sepultando los recuerdos  en la necesidad de sobrevivir cada día, pero esta carta me demostraba que aún estaban vivos en mi mente los recuerdos que ya creía superados.
Esa mañana lluviosa mi madre me vistió presurosa, ella había  preparado a lo largo de los días un bolso y otras cosas para el momento de dar a luz.
Mi papá preparó el bote, y nos pedía  que nos apuremos porque ya había comenzado a llover más fuerte,  tuvimos que ayudar a mi mamá para que pudiera subir al bote sin patinarse en el barro, su abultada panza no le permitía moverse con tranquilidad.
El recorrido por el río era rutinario ya que lo hacíamos casi todos los días con mi papá.
Al  llegar al pueblo abandoné el bote,  mi abuela me esperaba en el muelle bajo la intensa lluvia, al ver que había venido con el carro salté del bote y corrí a buscar refugio debajo del mismo, la lluvia castigaba con tanta fuerza  que mi papá sin bajarse del bote hablaba a los gritos con mi abuela, luego mi padre se dirigió a mi  gritando  que me portara  bien y que siempre le hiciera caso a la abuela, mi mamá seguía sentada en la parte trasera del bote de madera, levantó la vista y me saludo con una mano mientras con la otra se sujetaba la panza debajo de la capa negra totalmente empapada.
Nunca volví a verlos.
La tormenta y el río  se habían convertido en una trampa macabra para robarme a mis padres y a mi hermano que nunca conocí.
Desde aquel día comencé a  vivir con mi abuela, ella era viuda, a mi abuelo solo lo conocí por una foto de color marrón que estaba  colgada en su cuarto sobre la cabecera de la cama.
Ella decía que tanto mi abuelo, como mis padres habían muerto por la decisión del gobierno de levantar el ferrocarril, y que esa misma decisión nos llevaría a la muerte a todos los del pueblo. Mi abuelo era empleado del ferrocarril y murió el día  que  se enteró que se quedaba sin trabajo.
Mi abuela, tenía un pequeño local,  enfrente a la estación abandonada del tren, en ese local tenía un máquina de coser y se dedicaba a confeccionar ropa de mujeres y muñecas, ya que también se dedicaba  a  reparar muñecas de porcelana, ambos oficios  los había aprendido en su Europa natal, siempre  había cosido para afuera mientras vivió mi abuelo, pero ahora se había convertido en su única fuente de ingresos. Mientras el tren funcionaba, el movimiento en la estación era importante y siempre había gente que compraba algún vestido nuevo para sus hijas o traían a arreglar alguna que otra muñeca.
Ella  no me dejaba salir nunca a la calle, mucho menos que me acercara al río o que fuera a jugar con chicos de mi edad, me tenía siempre cerca de ella, mientras cosía algún vestido o arreglaba con mucha paciencia alguna muñeca quebrada.
Al principio me pedía que le  ayudara y de premio me hacía alguna torta o algo rico para comer, pero con el paso de los meses la situación fue empeorando, ya no había trabajo ni mucho menos cosas ricas para comer, ella lloraba por las noches encerrada en su habitación mientras creía que yo dormía.
Poco a poco el pueblo se fue secando como las ramas de un árbol que  moría sin remedios, cada vez menos gente circulaba por el pueblo y eran menos los clientes de mi abuela.
Ella nunca me había pegado, hasta que un día comí sin permiso un poco de queso que había sobre la mesa, ese día el castigo fue muy duro y a partir de aquel momento las cosas fueron cambiando para peor.
Tuvo que bajar las cortinas del local  y solo tomaba algunos trabajos de costura pero que no alcanzaban para mantenernos.
Con el paso del tiempo terminamos viviendo en el local, la parte trasera se había convertido en dormitorio y comedor al mismo tiempo que el frente  seguía siendo el reino de las muñecas rotas, las caras de porcelana pintadas de colores pálidos se encontraban separadas del cuerpo, a muchas les faltaba algún ojo, un brazo, o parte del cabello, los vestidos que en un  tiempo lucieron puntillas blancas como la espuma ahora mostraban el ocre desteñido del olvido.
Muchas veces en mi encierro, jugaba con mi imaginación en ese mundo de muñecas rotas, le fui poniendo nombre a cada una de ellas, aun a aquellas que estaban incompletas.
Como mi abuela no me dejaba que tocara las muñecas por temor a que se rompieran, poco a poco se fueron cubriendo de polvo y los vestidos se convirtieron en telas de arañas.
Los vidrios de las ventanas también se fueron cubriendo del polvo reseco del camino  quitando cada vez más luz a ese espacio de muñecas muertas.
Mi abuela siempre me obligó a dormir la siesta si no le hacía caso el castigo no tardaba en venir, pero con el tiempo fui ganando confianza y aprendí a esperar en la cama a  que ella se durmiera para levantarme e ir a jugar con las muñecas, muchas veces ella se emborrachaba y el tiempo para jugar era mayor, pero así también eran la palizas si me sorprendía haciendo algo sin su autorización.
Un día ella dormía su siesta de alcohol, mientras  yo jugaba en mi mundo de fantasía, para poder ver corría un poquito las cortinas y dejaba entrar un pequeño reflejo del sol que quedaba encerrado entre esas cuatro paredes oscuras.
 Allí podía dejar volar a mi imaginación y jugar hasta que ese pequeño reflejo de sol  se desvanecía por completo.
En unas cajas  que mi abuela tenía en el local encontré un vestido de princesa junto a un montón de ropa de bebé sin usar, nunca me había puesto un vestido así, pero por un momento sentí la necesidad de ser la reina en ese mundo de muñecas rotas.
El vestido era más chico de lo que yo creía por lo que termino descosido en el esfuerzo  de probármelo.
Con el vestido roto en la espalda estaba sentada en el piso rodeada de algunas de las muñecas, cuando alguien golpeo con fuerza la cortina del frente, me desesperé porque se iba a despertar mi abuela, corrí hasta un rincón oscuro y me quedé temblando, esperando que no me buscara...
Mi abuela se despertó nerviosa,  preguntando a los gritos quien era  el que golpeaba, miró mi cama vacía y me llamó, le contesté con pánico desde el rincón, al ver que ella venia hacia mí, traté de esconderme. Encogí mis piernas al momento que quería esconder mi cabeza entre ellas, el vestido se siguió desgarrando aún más los golpes no tardaron en llegar.
Los gritos y los golpes solo se interrumpieron porque la persona que  estaba golpeado la cortina metálica lo hacía con más fuerza...
Mi abuela dejó en el piso el cinturón con el cual me pegaba y se alejó insultando para atender a la persona que golpeaba con insistencia, me quedé  en el piso casi sin poder respirar, mientras miraba como se dirigía a la puerta al tiempo que gritaba como loca:
¡¡ Ya va!!…¡¡ Ya va!!…¡¡ ¿Qué pasa…?!!¡¡ ¿Porque tanto apuro…?!!
Desde el piso, miraba la escena mientras trataba de recomponer la respiración entrecortada por el llanto.
Cuando se abrió la puerta pude ver a contraluz la figura pesada de un hombre.
¡¡ Ahh!!…¿Es usted? ----disculpé no sabía que estaba en la zona…
La voz de mi abuela había cambiado, trataba al visitante con amabilidad mientras lo invitaba a pasar.
El hombre saludo con voz gruesa y una amplia sonrisa se dibujó debajo de su tupido bigote negro, de inmediato se quitó el sombrero y acompaño a mi abuela hasta la mesa.
Le pedía disculpas en un tono amable, pero su forma de hablar era extraña, con el tiempo supe que ese hombre era conocido como el turco. Se dedicaba a llevar telas, ropas y otros tipos de mercaderías por los pueblos.
Mi abuela se sentó con el turco en la mesa de la cocina, al principio comenzaron a hablar en tono amable, pero después de unos minutos el turco comenzó a reclamar el pago de unas telas, pinturas  y comestibles que le había vendido hacia un tiempo.
Ella le explicaba que no podía pagar, que desde que se había levantado el ferrocarril casi no trabajaba y que se le hacía mucho más difícil la situación porque yo estaba con ella.
El turco enfureció y exigía cada vez con más fuerza el pago de la deuda  a lo que mi abuela sólo atinaba a decir que no podía ni siquiera mantenerse y mucho menos mantenerme.
Por largo tiempo discutieron a los gritos y por momentos hablaban tan bajo que era imposible escuchar lo que hablaban.
Me dormí sobre el piso, junto a las muñecas, no sé cuánto tiempo más discutieron, tampoco escuche cuando él se fue, solo recuerdo que al otro día, desperté en mi cama.
Mi abuela había preparado una caja con algunas ropas y telas sin usar y la había dejado sobre la mesa. Me mandó a lavarme las manos, la cara y las piernas. Cuando regrese a la cocina ella misma me peino, y miró mis moretones sin hacer ningún comentario.
Había sobre la mesa una taza de mate cocido y un pedazo de tortilla caliente,  me dijo que comiera, mientras ella me traía algo de ropa limpia que dejo sobre una silla.
Una vez que terminé de tomar el mate, me vistió, luego agarro la caja que estaba sobre la mesa y me pidió que la acompañara hasta la calle, al salir pude ver que  estaba el turco sentado en una camioneta vieja toda desvencijada  llena de cajas y mercadería.
 Mi abuela, me tomó de  la mano y me llevo hasta la camioneta, el turco se inclinó y abrió la puerta del acompañante, mi abuela soltó mi mano y fue para la parte trasera donde dejo la caja que tenía preparada.
Me quede mirando la puerta de la camioneta, mi abuela volvió y me pidió que subiera, solamente me dijo que ese hombre cuidaría de mí. Cerro la puerta de la camioneta y con la cabeza gacha se metió nuevamente en el local.
Allí me quede  inmóvil,  como una muñeca que le había arrancado la cabeza.
El hombre puso en marcha el vehículo y manejó en silencio, en ningún momento me habló, ni me preguntó nada, solo manejaba dejando  en el camino un montón de lugares que yo ni siquiera imaginaba que existían.
Por la tarde paramos en un humilde caserío cercano a un río, los perros ladraban sin cesar  y la gente comenzó a salir de todos lados, se acercaban a la camioneta y trataban de ver que había dentro de ella.
El turco se bajó y comenzó a sacar todo tipo de cajas al tiempo que ofrecía ropa, cacerolas, condimentos o cualquier tipo de  mercadería, en un momento me llamó y me pidió que le alcanzara algunas cajas que había dentro del vehículo. Esa rutina se repetía día tras día, nunca teníamos un lugar fijo donde parar,  ni donde dormir, comíamos a la hora que podíamos hacerlo, y nunca teníamos un destino fijo.
Un día entramos en un camino angosto y polvoriento, la espesura del monte no permitía el paso de la luz, por lo que me dio la sensación de que había anochecido más temprano, por momentos me dormía en la monotonía del paisaje hasta que mi cabeza golpeaba bruscamente contra la ventanilla de la camioneta. La única luz que funcionaba  en la camioneta se hundía en la oscuridad del camino que parecía cerrarse sobre nosotros.
Luego de varios kilómetros llegamos a un rancho, donde nos recibieron tres o cuatro perros flacos, hediondos de haberse revolcado en las osamentas y cubiertos de moscas y garrapatas, tras de ellos salieron dos hombres a recibir al turco, cuando baje de la camioneta me miraron detenidamente.
Nos invitaron con cortesía y risotadas a pasar al rancho, sobre el fuego colgaba una olla negra de fundición y dentro de ella hervía con intensidad un guiso con carne de nutria. El turco bajo de la camioneta una damajuana de vino, unos platos hondos, vasos y una palangana de aluminio de regalo, siguieron las risas y las bromas que yo no llegaba a comprender, luego de un rato nos pusimos a comer.
Una vez terminada la cena me fui a dormir a la camioneta, me tapé con una manta polvorienta y me quede escuchando las risotadas de los tres hombres, sentía el olor nauseabundo de los perros que  se arrimaban a la camioneta con curiosidad, los mosquitos y los tábanos estaban imposibles de soportar, por lo que me tape hasta la cabeza y allí  me dormí.


En un momento, sentí que alguien retiraba la manta de mi cara, me desperté con miedo, no podía ver quien era, el olor  a vino que exhalaba de la boca  era muy fuerte y cuando intente levantarme no pude hacerlo, el turco me sujetaba con fuerza por la espalda, esa noche los tres  hombres borrachos abusaron por primera vez de mí , sentí mis carnes desgarrarse por dentro, y todo esfuerzo por evitar esa situación fue en vano, lloraba y gritaba desesperadamente, pero nadie podía oír mis gritos,  solo los perros tapaban mis gritos con sus ladridos y gruñidos mientras se disputaban las sobras del guiso.
Ese era el hombre que según palabras de mi abuela cuidaría de mí, esa era la herencia que había recibido de mi abuela.
No fue la única vez que abusaron de mí, con el paso del tiempo se agigantaba  la idea de escapar, solo esperaba la oportunidad de hacerlo.
Un día estamos por cruzar un paso a nivel que se encontraba en medio del campo, la barrera comenzó a bajarse delante de nosotros al tiempo que la campana de precaución sonaba con intensidad,   no sé porque extraño pensamiento relacione la llegada de ese  tren con la oportunidad que había estado esperando.
Recordé que el levantamiento del servicio ferroviario había sido el motivo de muchas penurias del pasado, ahora quizás un tren  me estaba dando la posibilidad de escapar del infierno que estaba viviendo. .
A medida que se acercaba la maquina al paso nivel comenzó a disminuir la velocidad  al mismo tiempo que intensificaba el estruendo de sus bocinas, al momento de pasar frente a nosotros había disminuido considerablemente la marcha, salté de la camioneta y corrí hasta las vías, casi con desesperación  busque de dónde agarrarme para poder subirme a un vago  de cereales, fallé en varios intentos, corría a la par del tren sin medir la posibilidad de caerme bajo sus ruedas, un nuevo intento y por fin logre agarrarme con fuerza y encontrar un apoyo improvisado para mi pie derecho, con mi cuerpo colgado de costado , pude girar para ver si el turco me seguía , pude ver por última vez su figura obesa recortada sobre el camino de tierra, se había bajado de la camioneta pero seguramente entre seguirme y dejar la camioneta cargada con mercadería eligió quedarse con la camioneta , vi con placer que toda la formación había pasado el paso nivel y las barreras comenzaban a levantarse, era la señal de mi ansiada libertad, una libertad que nunca había sentido y que me daba la posibilidad de buscar una vida mejor
Miré el sobre y la carta arrugada que tenía en mis manos, quizás esta hoja arrugada podía ser un nuevo tren que detenía su marcha delante de mí para que me subiera a un destino sin rumbo.
En ese momento sentí la misma sensación que me impulsó a saltar de la camioneta, salí del baño tratando de no hacer ruido, busque ropa, algo de plata y me propuse ir hasta la terminal de retiro, no tenía idea si había alguna empresa de micros que llegara hasta el pueblo, mucho menos tenía idea del costo de pasaje, pero había tomado la decisión de volver, tenía muchas cosas por resolver pero la decisión ya estaba tomada. Sabía que si él se despertaba y no me encontraba en la pieza iba a ser un nuevo motivo de discusión y pelea, pero igualmente me fui.
Camino a la terminal de Retiro comencé  a  pensar como haría para irme sin que él se diera cuenta, no quería que me siguiera, ni tampoco quería que supiera donde tenía intenciones de ir.
Tuve que averiguar en varias ventanillas, hasta que encontré una empresa que me dejaba a algunos kilómetros del pueblo, sin dudarlo saque pasaje para ese mismo día...
De regreso pasé por la  peluquería donde trabajaba, hablé con mi amiga que era la dueña del local, ella  siempre había sido muy considerada conmigo, conocía mi situación y al ver mi cara no necesite dar  ninguna otra explicación de la decisión que había tomado...
Accedió sin poner ninguna traba a mi pedido, en esa peluquería había aprendido el oficio y había podido ir comprando con mucho esfuerzo mis propias herramientas,  guarde todas mis pertenencias en un bolso y le pedí permiso para dejarlo hasta la noche, ella no solo me permitió dejar el bolso sino que se ofreció para pasar a buscarme con el auto y llevarme hasta la terminal de Retiro.
Cuando regrese al departamento él ya no estaba, seguía todo el desorden y la suciedad, solo faltaba el arma que había estado tirada en el piso, aproveché para ordenar y juntar rápidamente mis cosas, que no eran muchas pero que estaban desparramadas en el desorden habitual en el que me había acostumbrado a vivir. Cerré la puerta de madera del departamento esperando no cruzarme con nadie, fui directamente  a la peluquería donde me refugié hasta que mi amiga me pudo llevar hasta la terminal.
Tenía que hacer tiempo hasta la hora de viajar, me despedí de mi amiga con un beso y le agradecí por todo lo que había hecho por mí y el riesgo que implicaba eso para ella.
Busque un locutorio y llamé a la escribanía, me anuncié y les informé que iba a llegar en horas de la noche y que necesitaba que me indiquen por donde debía pasar a retirar las llaves del local.
Con la amabilidad y confianza habitual de la gente de campo, me dijeron que no había problema con el horario y me dieron la dirección de una casa particular por donde podía pasar a retirar todo.
Recién cuando estuve sobre el micro entendí que estaba volviendo a mi pueblo natal, después de muchos años y después de haber vivido una vida llena de situaciones difíciles, donde había aprendido a elegir mi camino sin dejarme gobernar por quienes me maltrataban y siempre me superpuse a las peores situaciones, tratando de vivir con la dignidad que merece vivir cualquiera de nosotros.
Para viajar elegí ropa negra, me recogí el cabello, y no me saqué en ningún momento los lentes oscuros.
Llegamos al pueblo casi a la media noche, el micro me dejó en una estación de servicio  donde pude preguntar por la dirección que me habían dado, tenía que caminar bastante por las calles de tierra ya que la ruta estaba alejada del  pueblo. 
La noche era cerrada, a lo lejos se veía el  reflejo de los relámpagos que mostraban las siluetas oscuras de las nubes de tormenta,  pero igualmente  tomé la decisión de caminar, acomodé los bolsos lo mejor que pude y emprendí el camino.
Caminé siguiendo las instrucciones que me habían dado, al poco tiempo pude ver las primeras luces del pueblo lo que me alentó a seguir pese a que el peso de los bolsos ya se hacía sentir sobre mi espalda.
Al entrar al pueblo comenzó a llover, por lo que me quité los zapatos para no embarrarlos, sin quererlo  recordé que la  última vez que había pisado el barro de ese pueblo fue el día en que habían muerto mis padres.
Llegue a dirección que me habían dado, pasada la media noche, pero el ver el reflejo de una lámpara me anime a golpear,  la lluvia me había mojado por completo y no tenía donde pasar la noche.
Me atendió una mujer mayor con mucha amabilidad, supongo que me estaba esperando porque parecía vencida por el sueño, pero con buena predisposición para atenderme, al ver mi rostro hinchado por los golpes y mi ropa negra totalmente mojada y pegada al cuerpo, me miro sorprendida, titubeando y con algo de temor  me pregunto mi nombre y si yo era quien debía retirar las llaves y la caja con las pertenencias.
Le conteste que sí y  le pedí por favor que solo me diera las llaves y que por la mañana pasaría a retirar la caja, me miro nuevamente y me dijo que no, que era mejor que me llevara todo en ese momento, me pidió los documentos y los revisó con desconfianza, luego  tomo una caja no muy grande que estaba preparada sobre una mesa junto a un manojo de llaves y un documento a modo de recibo, el que me acerco junto a una lapicera sin hacer comentarios.
Firme el documento sin leerlo, tomé las llaves, crucé la caja por debajo de mi brazo y trate de girar sin tirar nada.
La lluvia seguía golpeando con fuerza, acomodé los bolsos, la caja y los zapatos que llevaba en mis manos y camine por la calle principal que seguía siendo de tierra, a lo lejos pude ver figura recortada de la estación del tren, que seguía de pie como mudo testigo del paso de los años.
Caminé con la cabeza gacha por miedo a caerme al tiempo que trataba que  observara que había algunas construcciones nuevas sobre la calle principal.
Al llegar al local de mi abuela busqué entre mis ropas el manojo de llaves y me dirigí a la parte de atrás de la casa para entrar, el abandono era notorio, el pasto estaba crecido y se veía que durante años no se habían hecho trabajos de mantenimiento.
Ni siquiera intente abrir la puerta del frente del local, a simple vista se podía observar que la corrosión había trabajado durante todos esos años y que el mecanismo de la cerradura estaría inservible.
Me dirigí a la parte trasera de la propiedad, abrí la puerta de tejido mosquitero, busque a oscura la llave que pudiera entrar en la cerradura, la puerta se abrió sin problemas, dejé los bultos en el piso y busque en uno de los bolsos un paquete de velas y fósforos que había guardado para esta oportunidad, encendí una vela y la deje sobre la mesa, pude escuchar el ruido de las ratas buscando refugió.
Encendí otra vela y me dirigí a la pieza, mis ojos recorrían con incertidumbre y algo de temor cada uno de los rincones de la casa, aún estaba el cuadro con la foto de mi abuelo sobre la vieja cama de bronce, sobre la mesa de luz había un velador que intente prender sin éxito, detrás del velador un pequeño porta retrato  que nunca había visto, lo levanté con cuidado y acerque la luz de la vela, retire el polvo pegado sobre el vidrio y una sensación de frío recorrió mi cuerpo cuando reconocí en la foto a mis  padres. Deje la foto en su lugar y volví a la parte de atrás del local, la luz amarillenta de las velas no alcanzaban para iluminar tanta oscuridad, el olor rancio del encierro y la humedad me perforaba la nariz.
Giré alrededor de la mesa donde había tomado mi última taza de mate cocido y corrí la silla donde mi abuela había dejado mi ropa limpia.
Me dirigí al frente del local, una tela pesada hacía las veces de cortina separando un ambiente del otro, corrí la tela con mi mano izquierda y alejé la vela.
El aspecto me resultó tétrico, todo estaba como yo lo había dejado,  los pedazos  de muñecas sobre el piso cubierto de polvo, mi vestido de princesa tirado en un rincón comido por las ratas, las cabezas de las muñecas daban una imagen macabra al lugar.
Ese rincón hoy inmundo había sido mi reino de fantasía, donde en las tardes de siesta me permitía ser la más hermosa de las muñecas
Miré con detenimiento todo y cada uno de los estantes del local, las ratas se paseaban por los tirantes de madera, para perderse en la oscuridad,
Pensé que tendría que trabajar mucho para limpiar todo ese lugar, pero no me asustaba el desafío, quizás el pueblo aún no estaba muerto.
Volví a la cocina y puse sobre la mesa la caja con las pertenencias que me había dejado mi abuela, coloque una vela en el pico de una botella vacía y comencé a quitar las ataduras.
La caja estaba  forrada en papel de colores suaves, corrí la tapa y en su interior había una hoja de papel prolijamente doblada, tome la nota y no la leí, me llamó la atención el roce de mi mano con una tela muy suave, al levantarla comprobé que se trataba de ropa  de bebé, un ajuar completo para una niña. Dejé la nota sin leer a un costado y comencé a levantar una por una las prendas que estaban dentro de la caja, doblé y guardé las prendas con la misma prolijidad con las que habían sido embaladas originalmente.
Abrí la hoja que estaba doblada en cuatro, las marcas de los pliegues sobre el papel y las letras escritas con manos temblorosas me hacían muy  difícil la interpretación de las palabras.
Tome una silla y me senté a leer en la misma mesa donde mi abuela  había tenido que tomar la decisión más dura de su vida, entendí porque tuvo que entregarme para  no perder en manos del turco esa propiedad que hoy me dejaba como herencia.
Ahora era yo quien tenía que tomar la decisión de abrir las puertas de ese local y dejar que entre el sol en ese mundo de muñecas de porcelana y vestidos con puntillas y delicados encajes, esperando que la gente del pueblo acepte a un peluquero  homosexual que  volvía a su pasado para poder construir su futuro.

                                                                                                                          MAHUDA

domingo, 3 de enero de 2016

"TUS AMIGOS" Un cuento que en lo personal me gusta mucho y quiero compartir con ustedes. Letras a la gorra ya tiene más de cien visitas ¡¡ GRACIAS !! Espero comentarios, criticas, sentimientos. Hagamos de este sitio un lugar para expresarnos con total libertad.

TUS AMIGOS.

¡Pero…Carajo¡ ¡Mira donde te vengo a  encontrar¡ ¡No lo puede creer¡ ¡Tenia tantas ganas de verte¡… Cuando leí tu nombre en la puerta pensé... ¿será el negro? Y sí... sos vos. ¡Pero la puta madre, será cosa de Dios! El otro día me encontré con Ramón, el correntino, está igual el loco, un poco más gordo, cuando me vio pego un sapucai que hizo temblar la tierra. Nos reímos mucho acordándonos de todos los muchachos del taller y las macanas que hicimos en ese bendito trabajo. Nos acordamos de Sotelo,  y de lo mal arriado que era, no por nada  Benigno lo bautizó como el redomón ¿Te  acordas el día que llegó a la fábrica con los cigarrillos negros y  las botellas que había sacado de una macumba armada en la esquina del potrero?  No lo podíamos creer, pero, cuando salimos  con los muchachos pasamos por la esquina y era verdad, había una gallina muerta, unas velas rojas consumidas, algo de arroz y maíz, algunas cintas y cadenillas de fantasías, todo desparramado, pero, faltaban las botellas y los cigarros.  ¿A quién se le podía ocurrir agarrar esas cosas? Sin embargo el redomón, no solo las agarró, sino que entró con las botellas y el cigarro encendido lo más pancho .Él era así, no le importaba nada de nada, no creía en esas cosas y hacía lo que le venía en ganas. Me acuerdo que ese mismo día fue el cumpleaños del  indio ¡Qué personaje el indio! no hablaba nunca ¿te acordas? parecía una estatua pegada a la silla del laburo, hacía su trabajo pero sin fatigarse. Recuerdo cuando lo agarraron entre todos y lo cagaron a palos por el cumpleaños, quedó tirado al costado de la mesa, vos le reventaste una naranja en la cabeza. El indio, se moría de risa y yo, que era el jefe tenía que hacer la vista gorda, porque sabía que ese tipo de situaciones unían mucho al grupo, sino los tenía que rajar a todos. Me sorprendió cuando me invitó al cumpleaños, no era habitual que un operario me invitara a su casa y mucho menos a una fiesta, pero me pareció tan sincera la invitación que acepté con gusto. ¿Te acordas? Vos también fuiste. Al indio siempre lo cargaban con la señora, decidan que la chaqueña lo tenía cortito, pero ese día no me pareció que fuera tan así. Lo que vos no sabes es que ese día, fui a casa, me bañé y  a eso de las ocho tomé el colectivo  para ir a  lo del indio. Como no conocía la casa quería llegar antes de que anocheciera. Caminé desde la ruta a la casa, recordé que él iba en bicicleta todos los días al trabajo, no podía estar tan lejos. Cuando llegué, me llamó la atención el lugar donde vivía. Un pasillo largo, un alambrado que llegaba hasta el fondo. La puerta de tejido con un marco de caños redondos. La chapa enlozada con sus números  descascarados  colgaba de un tirante de quebracho.  Me detuve en la puerta, miré a lo largo del pasillo, varias puertas de madera se recortaban entre las chapas de distintos colores, tamaños y formas,  un alero, un felpudo  o una maceta personalizaban  las entradas. ¿Cuál sería la del indio? Al golpear las manos, la  cortina de la primer ventana se corrió bruscamente, una mujer mayor, con un pañuelo anudado en la cabeza  me miró con un solo ojo hundido en un mar de arrugas, una venda blanca le surcaba la cara en diagonal tapándole el ojo derecho. ¡Vos, seguro te acordarías de la vieja!
-¿A quién busca?- Preguntó de mal modo
-¿El señor Aníbal vive aquí?- Respondí
- ¿El indio?... Al fondo, la última pieza de la izquierda- Refunfuño antes de dejar caer la cortina. La  puerta de tejido arrastraba en la tierra, los perros me ladraron a lo largo de todo el pasillo. Cuando llegué al patiecito del fondo el indio estaba inmutable, parado sobre una silla extendiendo el alargue con las tres lamparitas sobre la soga de colgar la ropa. En el otro extremo estaba la chaqueña, con el enchufe en la mano atenta a la señal del indio. Las mesas cubiertas con hule, las sillas todas distintas y algún que otro banquito  se alineaban debajo de la tira de lámparas.  En el fondo, contra el alambrado Petronilo avivaba el fuego,  usaba un  elástico de cama como parrilla para asar los  pollos. Al verme llegar,  dejó de atizar el fuego y levantó la mirada.
_Llegó el jefe- gritó, mostrando su sonrisa de prótesis amarilla. Rubio, flaco y con esos ojos azules que  parecían explotar en su huesuda cara. El fuego lo había arrebatado y la transpiración le corría por las mejillas hasta llegar al pañuelo anudado al pescuezo. Me acuerdo, que vos estabas jugando al truco con el redomón, el sapo y el negro Quinteros. Pobre negro, le amputaron un pierna. ¿Sabías que le tuvieron que amputar una pierna por el tema de la diabetes? Bueno, ahora está mejor, pero se tiene que cuidar mucho. En ese momento llegó el Negro Monjes, justo detrás de mí, así que cuando Aníbal bajó de la silla nos vino a recibir a los dos. Pensar que el hijo del negro Monjes ahora trabaja conmigo,  hace el reparto de la florería,  pero hoy no vino, está de franco. ¿Te acordas que cuando se hizo de noche y encendieron la tira de luces se armó el revuelo?  La vieja tuerta vino endemoniada para el fondo pidiendo que apaguemos la luz. El indio le salió al cruce y sin perder la calma le dijo que le iba a pagar la diferencia,  pero la mujer no entraba en razones, hasta que empezaron a discutir cada vez más fuerte. Todo terminó con un certero bastonazo en la cabeza del indio, la vieja se metió en la pieza y sacó los tapones, dejando a todos los inquilinos sin luz. Nunca me voy a olvidar la cara del indio, la chaqueña se la quería comer cruda a la vieja  y los otros inquilinos que no tenían nada que ver, no sabían a quién putear. Todos gritaban en la puerta de la vieja, pero no hubo caso. Ella era la dueña de la pensión y la caja con los tapones  estaba adentro de su pieza. Como única luz teníamos el reflejo de las brasas   y la claridad de las llamas.  Menos mal que a Petronilo se le ocurrió ofrecer su casa, que estaba a pocas  cuadras ¿Te acordas que tuvimos que cruzar el potrero con los pollos arriba del elástico y las brasas en un fuenton de chapa?  Al llegar a la casa, la familia de Petronilo no entendía nada de  lo que pasaba. Los pollos a medio hacer, un tacho con brasas humeantes, media bolsa de carbón, un par de damajuanas abiertas, sillas, mesas, banquitos, un cable con tres lamparillas, la botella de Doble V  y los vasos en una palangana de plástico. Parecíamos una fila de hormigas cruzando el campito. A mí me toco acarrear con las sillas,  como iba atrás del fuenton, el olor a humo me impregnó la ropa para toda la noche.
_ ¿Te acordas de la prima de Petro?_ La conocí esa noche, que hermosa mujer, nunca la voy a olvidar. Cuando la vi. Por primera vez, morí de amor, me llamó la atención las piernas torneadas que tenía. Pese a que tenía dos hijos,  su físico se mantenía  perfecto. Me acuerdo que estaba con un vestido de algodón,  con flores rojas  muy chiquitas, una hilera de botones al frente permitía ver la piel suave de sus piernas y las formas de sus pechos. El pelo ensortijado, largo hasta la mitad de la espalda me cautivó. Me sentí ridículo al llegar con las sillas, los pollos, el carbón y toda la comitiva, pero con la primer mirada de sus ojos pardos me derretí.
Ustedes se instalaron enseguida, y después de discutir por los porotos del truco, siguieron como si nada hubiera pasado. Envido, Real Envido, truco, quiero retruco, era lo único que se escuchaba. Petro armó el fuego por segunda vez, los pollos sobre el elástico comenzaron a rechinar nuevamente. La chaqueña me pidió que la acompañara a buscar  las fuentes con las ensaladas, las botellas y los sifones. Faltaban manos para traer todas las cosas. La prima de Petro vino con una linterna y su hijo más chiquito de la mano. Los cuatro caminamos iluminados por la luna y la linterna, cruzamos el potrero, el zanjón y llegamos a la casa del indio que seguía a oscuras. Durante el camino, nos conocimos y reímos mucho con la situación. La prima de Petronilo estaba recién  separada del marido y había venido de Entre Ríos a pasar unos días con la familia. La vieja, se asomó por detrás de la cortina al escuchar el roce de la puerta contra el piso, pero enseguida siguió hundida en la oscuridad.  El tercer viaje lo hicimos solos con la prima de Petronilo, la chaqueña nos prestó las llaves de la pieza y nos dijo dónde encontrar la conservadora para el hielo, al cruzar el zanjón fue la primera vez que le tomé la mano. Volvimos con los cubitos y con muchas ganas de besarnos. Los pollos ya estaban asados, la mesa servida sobre los hules floreados, los vasos desbordados de vino tinto brillaban debajo de la tira de luces.
Sapucai, Chámame, Zambas y Chacareras, los Manseros Santiagueños y  Transito Cocomarola no dejaban de alegrar la noche, truco y retruco, envido y real  envido.
Hasta recuerdo tu voz diciendo:
“Alambrado de cuatro hilos
Poste de Ñandubay
Molino marca Guanaco
Y una flor del Paraguay”
Tu risa, la mirada cómplice de la prima de Petronilo, mi mano debajo de la mesa y el vestido de algodón,  y la piel desnuda de la mujer de ojos de tigre.
¿Té acordas, la chaqueña me saco a bailar chámame? Yo no sabía ni dar un solo paso, pero me dejé llevar por la música y el vino. Con cada vuelta miraba a la prima de Petro que no me perdía pisada. Cuando dejé de bailar ella ya no estaba en la mesa, había llevado a dormir al nene, no verla por un rato me puso ansioso, la buscaba con la mirada, pedí pasar al baño, después fui a la cocina con la excusa de buscar escarbadientes, solo quería verla, sentirla cerca mío. La fiesta siguió, las brasas perdieron  su brillo debajo del elástico, las fuentes con ensalada y restos de pollo se amontonaron en la pileta de lavar los platos. El vino, la  ensalada de frutas y ella que  no volvía de la pieza. La Chaqueña salió de la cocina,  me miró y antes de apoyar la olla con la  ensalada de frutas en la mesa dejó deslizar las llaves en mi mano.
- Anda a buscar la torta que está en la heladera- Me dijo casi al descuido-
Apreté las llaves en mi mano, tomé el ultimo sorbo que quedaba en mi vaso, esquivé los bailarines que encorvados no paraban de gritar al compás del chámame.
En la puerta, estaba la prima de Petronilo, con el cabello recogido su piel brillaba con la luz de luna, sin decir una sola palabra la tome de la mano, antes de llegar a mitad de cuadra nos paramos en un rincón oscuro para besarnos. Ella me contuvo, me recordó que teníamos que ir a buscar la torta, seguimos caminando, al llegar a la esquina escuchamos el griterío de “que los cumpla feliz...que los cumple feliz”.
Tenía las llaves en mi bolsillo, al llegar a la casa de Aníbal, no había ninguna torta en la heladera que se descongelaba poco a poco, ella apagó la linterna y se acercó a mis brazos, mis manos desabotonaron lentamente el vestido de algodón, besé su cuello,  liberé la cascada de cabellos sobre sus hombros desnudos. Su piel se contrajo con las primeras caricias, sus labios se ahogaron  de placer con cada beso, recorrí con mis labios la firmeza de sus pechos y su tímida desnudez. Su delicada ropa interior se humedeció  de deseos.
 Nos entregamos al amor desenfrenados, como si nunca hubiéramos amado, las luces del lugar seguían apagadas y podíamos adivinar los gritos del cumpleaños.
Después de esa noche, nunca más la vi. No sé si vos te acordaras de ella, cuando volvimos a la fiesta ya las velas no ardían, la botella de Doble V estaba llegando a su fin. La caña, que al principio la iban a guardar para preparar con ruda el primero de Agosto  ya estaba destapada.
 Ella se perdió en la habitación con los chicos, yo me quedé comiendo un pedazo de chipá que me guardó la chaqueña.
El negro Monjes, estaba borracho durmiendo la mona debajo de la escalera. ¿Te dije que el hijo del Negro Monjes trabaja conmigo?
 Hace el reparto de la florería, hoy no vino porque está enfermo y me tocó a mí hacer el reparto, nunca pensé encontrarte aquí y mucho menos traerte  una corona que diga “tus amigos”...tenía tantas ganas verte y de hablar con vos… y ahora que te encuentro se me anuda la garganta y no puedo dejar de llorar ¡la puta madre…mira, donde te vengo a encontrar!

________________________________________________________MAHUDA